Yo soy un hijo de la tierra. Mi Dios
modeló con sus manos la arcilla, y me colocó al amanecer del día sobre el
paraíso.
Con los primeros rayos de sol
gateaba sobre sus jardines.
Mis primeras horas del día, fueron
seguidas por mis primeros pasos, tras caerme una y otra vez sin temor a
descubrir lo desconocido.
A medio día corría por sus valles
floridos, mi juventud se acompasaba con la primavera, y pensaba que estaba en
lo mejor de la vida.
Al atardecer con paso más lento me
sorprendió el otoño junto con la madurez, y tuve que hacer un balance de mi
vida. ¿He sido feliz?, ¿Tengo lo que quiero?, ¿A quién le importa lo que
quiero?, si es únicamente a mí, estoy seguro que soy feliz.
La tarde noche del día llegará, se
avecina un invierno frio, ¿Pero quién dijo que lo mejor de la vida había ya
pasado? si los juegos no son solamente para la niñez, ni la juventud es
exclusiva para los adolescentes. La madurez transforma las experiencias vividas
en conocimiento, y a su vez en sabiduría. Todo el mundo daría todas sus
pertenencias materiales por poseerla, porque ahí están todas las respuestas de
la vida.
Y
cuando llegue la noche, no tendrá que ser fría ni obscura, porque la vida se
vivió con inteligencia, y seguirá siendo la mejor etapa de la vida como las
anteriores, acompañada de la luna, y las estrellas que nos guían hacia donde
nuestros seres queridos nos esperan para continuar con lo mejor de la vida
ahora en la eternidad.