Fue demasiado tarde, mi cuerpo se esfumó con el humo con olor a muerte; mis
pulmones calcinados, mis venas secas sin sangre e impregnadas de miles de químicos tóxicos que envenenaron mi
voluntad, hasta caer en una adicción desenfrenada. Los receptores de mis
células piden a gritos sacar uno más de la cajetilla, mientras mis glándulas
dejaron de producir naturalmente sus hormonas que promueven felicidad, bienestar y salud;
ya no era yo, era como un viejo automóvil encendido que daba lástima por
sus miles de fallas mecánicas y que
despedía grandes cantidades humo tóxico por todos lados, alejando a la gente
porque en mis manos cargaba un arma encendida, mortífera, química, capaz
de envenenar cualquier habitación de
almas inocentes.
El ardor que
sentía en todo mi cuerpo durante mis últimos momentos de vida, fue como estar
en las calderas del infierno y sentir cómo mis órganos se consumían lentamente.
Mi sistema respiratorio ya no distingue el aroma de la flor, el perfume
del jazmín, todo es nicotina.
Mi aparato
cardiovascular aumentó las contracciones cardiacas, redujo mis vasos sanguíneos
aumentando mi presión arterial. Mi vista nublada por el humo, mi vejiga
irritada hasta ya no poder. Millones de neuronas muertas, millones intoxicadas,
mis pulmones en ruinas, mi boca negra como la de un traga- fuegos, mi laringe
carbonizada, mi estómago una verdadera fosa común de órganos inservibles, mi
piel seca, mis dientes amarillos, mi mal aliento, mis tumores son la ganancia
de mi nulo amor por mí, solo quedan
nubes blancas con olor a cáncer.
Cada vez que
utilizaba un encendedor, el fuego destructor encendía mi sistema nervioso
envenenado por tantas toxinas, ya no se
estimulaba con ninguna otra cosa
que no fuera la nicotina y el alquitrán.
Antes de dormir, al despertar, antes de comer, después de comer, aquí, allá, a
cualquier hora, estando solo, estando
acompañado, contento, enojado y hoy en
mis últimas fumadas de mi vida, me veo envuelto sobre mí mismo con humo blanco que yo exhalé , y mi cuerpo
está rodeado de millones de esporas,
rémoras, o sanguijuelas, son un tipo de animales invisibles a nuestros
ojos, que atraemos y que se alimentan del
aroma que despedimos al fumar, nos absorben los ánimos, nos
absorben la salud, la vida, atrayendo a bichos raros y
ahuyentando a seres buenos.
Perdón hijos míos, esposa mía, padres míos , hermanos
míos, por el envenenamiento que yo también les ocasioné; me duele más el hecho
de dejarlos a todos, que el dolor que me causan mis pulmones hechos cenizas, mi
garganta calcinada por el negro fuego
del cáncer; les dejo una nube gris de
malolientes recuerdos. Cuántas veces mis hijos me pidieron para un helado, para
ir al cine y no les di nada, prefiriendo comprar una cajetilla más de cigarros.
Cuántas veces mis
hijos, mi esposa, mis amigos huían de mí por mi mal olor a cigarro, cuando yo
los quería abrazar y besar, los únicos
que me abrazaban era mi soledad y mi nube toxica con olor a muerte.
Cuántos muebles,
cuantas camisas y aparatos eché a perder
por mis descuidos. Si tan solo hubiera hecho caso a mis seres queridos que
dejara ese veneno, estaría hoy
disfrutando a toda mi familia.
No culpen a los
médicos que no me pudieron salvar, no culpen a Dios ni a mis amigos de vicio,
no se culpen a ustedes mismos por no
insistir con mayor fuerza para que yo dejara este vicio; tampoco culpen al
maldito cigarro, fui yo mismo el que no tuvo el suficiente valor para apagar el
fuego que me consumía.
Les pido perdón
por el dolor que les causé toda la vida y sobre todo éstos últimos meses que me acompañaron en
esta lenta agonía que todos vivimos y que
ustedes sufrieron más por pedir un milagro que era imposible; nunca me imaginé estar consumido en un
cenicero tétrico y que mis seres queridos me vieran en este estado tan deplorable.
Por favor perdónenme,
espero que esta carta sea un mensaje a toda esa gente que no escucha a su
cuerpo cuando se está quemando por dentro.
F I N.
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