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martes, 27 de enero de 2015

EL TONTO DE LA COLINA

El tonto de la colina como lo conocía mucha gente de su alrededor, era una persona mayor que vivía en las orillas del pueblo y le encantaba hacer largas caminatas por el bosque, subir hasta lo más alto de la colina para meditar en soledad, y escuchar los secretos del silencio. El silencio que huyo de la ciudad hacia los lugares apartados para ser escuchado por las aves, por los animales silvestres y por los árboles; por esa explicación y otras más lo llamaban el loco de la colina. 
Disfrutaba de los riachuelos, respetaba los matorrales espinosos, se extasiaba con  los perfumes de las flores silvestres, conversaba con los árboles, los abrazaba, apreciaba cualquier manifestación de vida silvestre y animal, observaba por largo tiempo a los insectos, a las aves, amaba  todas las expresiones de la naturaleza porque veía inteligencia, magia, el espíritu de Dios estaba en todas las cosas porque eran señal de la creación divina, y se regocijaba al sentirse también parte de la creación del Todopoderoso, se sentía parte del paisaje, unido con el bosque, se conectaba de una forma espiritual que nadie comprendía.

Le gustaba descubrir nuevos caminos, asombrarse de los nuevos amaneceres, encontrarse con la oruga que buscó un lugar seguro para realizar su transformación, a la araña tejiendo su hermosa y sofisticada telaraña, mojarse la cara con el agua cristalina del río, no dejaba de sorprenderse por la  difícil tarea del salmón  al  poner sus huevos.
Le encantaba  llegar hasta la colina por diferentes caminos, algunos peligrosos, con sus pendientes que escalar, algunos matorrales espesos, veredas muy estrechas, acantilados de hermosos paisajes, que lo invitaban a la meditación, a la conversación sabia consigo mismo, a deleitarse mirando el hermoso cielo azul con blancas nubes con figuras caprichosas que se transforman con el viento refrescante, que hace estremecer  las copas de los árboles. Y no solo visitaba  la misma colina, sino descubría nuevas montañas, buscando siempre la  más alta.
Miraba  desde lo alto de la colina las ciudades y sus casas  pintadas de colores tristes, entre nubes grises de smog, de infelicidad y tristeza. Todo en la ciudad corre a una velocidad estrepitosa, mientras en el bosque no ha cambiado nada en cien años, y en la ciudad han pasado miles de cosas inimaginables en los últimos 100 años, ni el plano celestial ha cambiado en los últimos mil años. Si mi tatarabuelo volviera a nacer hoy en día, y pudiera ver los avances de la humanidad, se volvería a morir de terror. En las ciudades todo mundo corre por tener más de lo nuevo y mejor, una nueva casa, un nuevo coche, nuevos aparatos electrónicos y tecnológicos, que les provean de felicidad, nuevas distracciones, nuevas adicciones, nuevas enfermedades, nuevos conflictos, cada vez dejan de ser más humanos y se transforman en zombis, robots, hipnotizados por el consumismo de las cosas materiales. Se están olvidando que son seres divinos, seres espirituales viviendo una experiencia humana, son inmortales y eternos, que en su interior pueden encontrar su felicidad, su motivo de vivir, sus respuestas a sus dudas y temores, su libertad, su grandeza a Dios, y no hace falta buscar la felicidad en otras cosas externas.

Los problemas surgen como una plaga incontrolable, los envuelven y contagian de sentimientos de tristeza, odio, envidias, su felicidad se ve empañada por los conflictos de pareja, de familia, por el padre ausente, la madre posesiva,  el vecino amargado, o envidioso, el que no le regresó el saludo, el jefe prepotente, condenando y haciendo juicios al ladrón, al policía, el político, al juez. La gente vive en un caos total, amontonada y en soledad, sin confiar en nadie, se sienten solos. Y pensaba yo:  -“ Y él, el tonto de la colina que está  solo en la colina, se siente acompañado por Dios, por  los rayos del sol, a veces se acompaña de  la lluvia que lo refresca  y la compañía de las mariposas que le hacen cosquillas, por los ciervos, las ardillas y se acompaña él  mismo con quien  platica, y tiene las conversaciones más inteligentes e interesantes consigo mismo, su yo interno, su niño interior, con los ángeles, con el espíritu santo, con Jesús, siempre tiene  con quien hablar.

 Fueron varias las ocasiones que le sorprendieron hermosos atardeceres, con radiantes puestas de sol y en minutos observaba como el sol cerraba sus  ojos luminosos  para dar paso a las estrellas, al manto de  oscuridad, a las aves nocturnas, escuchar   los grillos que le cantan a la luna y que lo motivan a descansar y a vivir  una nueva aventura,  nuevos desafíos nuevos motivos para estar vivo, agradecido por ser especial para Dios, que le permite ver, escuchar,  sentir y disfrutar de  sus mas hermosos regalos que un día hizo para la humanidad, pero que se han olvidado de ellos.
Mirar el cielo estrellado, mirar al pueblo de noche con miles de lucecitas; cuantos miles de estrellas, cuantos miles de personas; Dios está en cada una de las estrellas, y en las miles de personas; ¿Cuantas  estrellas habrá?  No lo sé.
¿Cuántos niños, cuántos jóvenes, cuantos adultos existirán en el pueblo? No lo sé, ¡los que sean¡ No importa cuantos panes Dios tendrá que multiplicar para alimentarlos, ¿Cuanta tierra tiene que sembrar, cuanta agua tiene que enviar?.  Si Dios alimenta a las aves del cielo,  ¿Qué no hará por sus hijos que son su más grande amor?

En ocasiones se le veía al Tonto de la Colina en el pueblo comprando algunos víveres y maíz para alimentar a las palomas que se reunían en la plaza; también  se reunía con niños y jóvenes para contarles historias fascinantes e increíbles aventuras y le preguntaban cuál era el motivo de subir  solo tantas colinas y alejarse tanto de la civilización.  A lo que él les respondía:
- Me alejo del mundo para conocer el mundo, pues tengo que domar a dos avestruces, que son mis temores,  dos águilas, que son mi inseguridad, a  dos conejos que  son mi cansancio; la serpiente de mis malos pensamientos; la tortuga mi forma de vida  y  un león que es mi ego. Tengo que enseñar a las avestruces a no meter la cabeza en la tierra para ocultar su miedo y  frustración sino enfrentarse a ellos,  a dos águilas que pueden volar más alto que ninguna otra ave y gozar de su total libertad; a dos conejos flojos que siempre caminan por los mismos senderos, no buscan otros senderos;  a la tortuga conformista, que no quiere salir de su caparazón confortable y desafiar nuevos horizontes; educar a la serpiente que sale de mi boca, que envenena  el pensamiento y en ocasiones muerde a quien no lo merece, y al león por ser tan altivo y petulante.

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