Esta oportunidad de estar en la cancha de juego no se puede desaprovechar, es el encuentro
del siglo enfrentándose los Inadaptados-Conformistas, contra los
Pensadores-Optimistas. Este juego dura toda una vida, el reloj comienza a correr cuando el balón empieza a rodar, y
mientras el reloj de sus corazones no se detenga, seguirán en el encuentro con
las posibilidades de seguir jugado, todos tienen la oportunidad de anotar para
llevarse el triunfo, algunos correrán sin sentido, sin vida, solo esperando el
final para irse a descansar a la banca con su ramo de flores. Otros podrían ser expulsados del juego por su
mal comportamiento, sacándolos del juego de la vida, para pagar sus faltas, y
no tendrían otra oportunidad hasta el siguiente torneo o hasta su siguiente rencarnación. El cronómetro no se ha detenido aún, el
reloj de arena reclama grano por grano, día por día formando la montaña de experiencias y logros acumulados
que los lleven a lo más alto de la cumbre que el hombre pueda alcanzar y
tocar las campanas de la gloria.
El tiempo corre
en el campo de juego, los minutos son compañeros de juego que nos incitan a
continuar, las horas son los contrarios que no perdonan las faltas ni las oportunidades desperdiciadas y
no vividas. El balón sigue corriendo, la camiseta mojada por el gran amor a los
colores del equipo de mi vida se aferra
a mí; del dolor se extrae más energía,
el cansancio desaparece retomando nuevos aires para continuar la batalla hasta
el final, mientras existan minutos en el reloj todo puede pasar.
Mi espíritu
ganador despierta la fuerza colosal que no conoce el dolor ni el cansancio,
pero se sabe de memoria la fe para realizar lo imposible, como mover
montañas que se pongan en el camino. Mientras el tiempo de la vida no se
detenga, el juego continúa. Existen posibilidades de anotar y salir con la
victoria. Hay gente que se da por vencida
aún antes de comenzar la carrera
o se cansa y pierde toda esperanza a mitad del encuentro, esperando el final
sin pena ni gloria.
El triunfo no
siempre es del más fuerte o del más grande y corpulento, es del hombre con
carácter, del que persevera con entusiasmo y confianza, que se distingue por su
determinación, del que va contra las
mareas y terremotos, se congratula por sus logros, son almas que hacen que la
historia sea memorable, almas que serán reconocidas y siempre tendrán un lugar especial en el pódium
al ser coronados por sus propios méritos y virtudes.
No hay derrotas
mientras exista tiempo y vida; hay
experiencias convertidas en gritos de guerra por continuar con una fuerza
redoblada, porque el hombre nació para
ser un Dios y trascender, alcanzar cualquier cumbre tan alta como sus sueños,
siempre tendrá la fuerza colosal de las montañas para correr tres kilómetros
más y no temer al más fuerte, no temer al fracaso o al ridículo porque trabaja
con humildad y confianza en sí mismo.
Existen fuerzas
interiores en nuestro ser, un gigante, un héroe que a medida que encuentra
fracasos y obstáculos, se hace más fuerte, invencible e inteligente, tomando
las enseñanzas de los errores pasados;
no le gusta perder, pero acepta sus derrotas y las convierte en
experiencias para nuevos encuentros.
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