Carlitos
era un niño de cinco años sin los prejuicios de los adultos y sin
entender la difícil actitud de los adultos. Su padre los había abandonado; solo
recordaba las constantes discusiones en
tonos altos, los azotones de las
puertas, y cómo rompían los platos en la
cocina y hasta los vidrios de las
ventanas.
Carlitos ahorraba cualquier moneda que llegaba a
sus pequeñas manos, los domingos de sus tíos y las monedas que su
madre le daba en ocasiones para comprar golosinas a la hora del recreo.
Intercambiaba sus canicas y algunos juguetes con
sus amigos, por unas cuantas monedas; a
sus escasos seis años no tenía el
conocimiento del valor real de las cosas, lo importante era reunir todo el
dinero que le fuera posible.
Su propósito verdadero y sincero era comprar un
collar de perlas que se vendía en la joyería de la esquina. En alguna ocasión
entraron a dicha tienda y su madre no
quitaba la mirada del collar, y Carlitos
como en muchas ocasiones, reconoció el sentimiento que estaba experimentando su
madre. Siempre estuvieron conectados,
desde el primer instante de su concepción. Un día después de una de
tantas peleas entre sus padres, se dio cuenta que su papá nunca quiso que naciera
Carlitos y que su madre fue la que luchó porque viniera al mundo sin importarle
las consecuencias, todos los sentimientos que experimentó durante los nueve meses de su gestación
Carlitos los percibió, no sabía cómo se llamaban, pero sabía distinguir los
momentos buenos y malos que estaba pasando su madre, sentía cuando estaba alegre o triste, porque no solo
existe el cordón umbilical que los une, sino que su madre compartió sus
células, su sangre, y en su sangre corrían
nutrientes químicos llamados péptidos, que son información que las hormonas llevan a las emociones externas, hacia el interior de todo el cuerpo, reconociendo en todo momento, el sentimiento de amor de su madre, y el desamor de su padre.
Por tal
razón su ilusión era reunir el dinero suficiente para comprarle el collar a su madre, ya que
desde que su padre los abandonó, la
escuchaba llorar todas las noches, y quería llevarle un poco de alegría.
Al cabo de un año, Carlitos había guardado todas las monedas en un frasco que para él
era todo el dinero del mundo. Una
tarde salió muy feliz a comprar el
collar a su madre.
Llegó con el joyero y sacando el frasco lleno de
monedas, lo vació en el mostrador, algunas cayeron rodando por el suelo.
Su mirada
reflejaba una enorme emoción e ilusión y sonriendo dijo al joyero:- ¡Quiero
comprarle ese collar a mi mamá, ¡será
su cumpleaños ¡
- ¿Quién te dio tanto dinero?
- Yo lo junté con mis ahorros de todo un año.
- Ese collar es muy caro, y con este dinero que
tienes, no te alcanza.
Su mirada
de ilusión se tornó en tristeza y con lágrimas rodando por sus mejillas
expresó: Yo lo quiero para mi mamá que
llora todas las noches, desde que mi padre nos abandonó.
En ese momento enmudeció el joyero y recordó que
vivió una situación de conflicto con su
propia esposa y estudiaba la forma de decirle que quería la separación, pero se
lo impedía el amor y ternura que sentía por sus pequeños
hijos.
Carlitos le dio una gran lección de vida, el
abandono o separación no sería la solución a su problema, sus hijos no
debían pagar por sus errores.
Entonces
el joyero tomó el collar lo envolvió en una pequeña caja de regalo y se lo dio
al niño, quien salió corriendo dándole
las gracias con una enorme sonrisa, que fue el pago más grande que el joyero
recibió en toda su vida.
Carlitos
había salido sin que su mamá se diera cuenta, regresó y esperó el
momento preciso en que su mamá estuviera desocupada de sus quehaceres:
-¡Mamá te
compré un regalo porque te quiero mucho y no quiero que sigas triste ¡
La madre tomó la pequeña caja de regalo, la abrió
y sin sacar el collar, recordó que era el mismo que había visto en la joyería y
que era muy costoso.
-¿Dime de donde lo sacaste? ¿Quién te lo dio? ¡No
me mientas! ¡Esto no está bien¡
Lo sacudía por los hombros queriendo una
respuesta inmediata.
-No te enojes mamacita, yo lo compré con mis
ahorros.
-Inmediatamente iremos con el señor de la joyería
para que lo devuelvas.
Salieron de la casa en ese momento; la madre muy
furiosa llevaba en una mano la caja de regalo con el collar y con la otra
jalando al pobre Carlitos como si fuera un prisionero.
-Le vengo a regresar este collar, y dígame si es
cierto lo que me contó mi hijo, no quiero pensar que se lo robó.
-Sí señora, yo se lo vendí, su hijo no es ningún ladrón, sino todo lo
contrario, es todo un hombre como no hay muchos, él la ama tanto que quiere
verla feliz, no lo regañe, no vaya a ser que cuando sea grande se convierta en
un hombre como su padre.
F I N.
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